Nuestras sociedades actuales, en mayor o menor medida, son como la caverna de la que hablaba Platón: prisiones de la apariencia, de reflejos y sombras, de lo puramente sensible. Micromundos creados en base a informaciones y percepciones manipuladas que no son más que pequeños fragmentos deformados de la realidad. Y quien porta los objetos proyectados en la pared de la cueva es también quién crea la realidad que viven sus esclavos.
Los unga-unga actuales han sido moldeados a la perfección durante décadas para vivir en la cueva. Y por eso no quieren ni pueden pensar en la posibilidad de que exista algo ahí fuera mejor que sus amadas sombras. De ahí que defiendan su madriguera con tanto entusiasmo".
El mito de la caverna de Platón es quizás la alegoría más famosa de la historia de la filosofía, y una figura esencial para comprender la manera de pensar de Occidente. Se trata de una explicación sencilla de cómo percibimos el mundo real y de cómo creamos en nuestras mentes otra realidad paralela en base a nuestras vivencias, creencias e ilusiones. Es decir, habla de la relación entre lo físico y el mundo de las ideas, y de cómo vivimos en algún misterioso lugar entre ellas.
Dicho mito presenta a unos hombres que han pasado toda su existencia encadenados dentro de una cueva, de modo que tan solo pueden ver la pared que tienen delante. Nunca han podido salir, ni tampoco mirar hacia atrás para saber qué los retiene o qué hay. Lo único que pueden observar son sombras de objetos que se proyectan en la pared de la cueva. Obviamente, el mundo real para ellos son esas sombras, puesto que no conocen nada más. No son conscientes de que dichas sombras son proyectadas por otros hombres que los tienen retenidos allí para su propio beneficio. Y, por supuesto, tampoco son conscientes de la existencia misma del mundo exterior. Pues bien, a pesar de la lejanía temporal con Platón, este mito continúa siendo perfectamente aplicable hoy en día.
El mito de la caverna nacional
Nos guste o no, todos somos o hemos sido de algún modo ese hombre encadenado en la cueva. Lo triste es que muchos se han acomodado/resignado y ya ni se plantean salir, o tan siquiera intentar mirar hacia atrás. Otros sufren un síndrome de Estocolmo cavernario tan profundo que defienden con ahínco a las sombras proyectadas en la pared, escupiendo en la cara de aquellos hombres que se planteen cualquier otra alternativa que no sea una mancha gris en dos dimensiones delante de ellos. Son los unga-unga, acérrimos defensores de la realidad simplificada y la "comodidad" de la cueva.
En la caverna nacional actual, los unga-unga también crean su propia realidad en base al control total por parte de esos misteriosos y poderosos seres del flujo de información. Al igual que los hombres que describía Platón, tan solo acceden a una mínima parte de la realidad, a partir de la cual crean su propio Universo. Y esa mínima parte de la realidad que pueden conocer es seleccionada y moldeada según los intereses de los hombres que están tras el muro.
En este micromundo cavernario todo funciona bien. O al menos todo lo bien que puede funcionar para quien no conoce otra cosa. Los portadores de objetos se encargan de que los esclavos no conozcan nada más, e incluso se las apañan para buscar culpables externos que amenazan con romper la pacífica y cómoda convivencia de la cueva. De este modo, en Españunga-unga la culpa de todos los males habidos y por haber la tienen los comunistas, los maricones, los negros, los independentistas, los anarquistas, los moros y, en general, cualquier persona que no crea en las sombras, que ponga en tela de juicio la existencia misma de las cadenas o que asegure que existe un mundo exterior.